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  Entre tierra y cielo empezamos a jugar con seriedad y terminamos saltando de milongas a guajiras.  
 


La primera piedrita nos llevó a recorrer Buenos Aires y su esencia caótica, esa magia capaz de reunir un gran eclecticismo sin perder ni una pizca de personalidad. Creo recordar que saltamos con el pie derecho sus tres movimientos y – en un pase de realismo mágico - aterrizamos en el Caribe donde nos recibieron las ticas lindas con la frescura que sólo ofrece la música tradicional, un ritmo de tambito que invita a bailar…Otro paso de baile nos permitió modelar las melodías suaves del bolero de Edín para alcanzar entonces la casilla de la Isla del Encanto y abrir un abanico de ritmos tropicales.


La segunda piedrita escuchó nuestra nostalgia y atinó a traernos de vuelta al hemisferio Sur donde cada mañana nos trae una zamba de dulces melodías y ricas armonías: los ingredientes de un plácido despertar. Sin salir de la casilla del folklore argentino nos zapateamos una chacarera bien nueva y bien trunca para dar un salto de regreso a la ciudad reina del Plata. Un camino entreverado, lleno de peligros y a paso de milonga nos guió hasta la céntrica pero agitada esquina de Callao y Santa Fe.

La última piedrita de esta partida de rayuela nos trae de regreso a casa, bajo un nuevo cielo y a muchas leguas de la tierra que nos vio nacer, nos da alas para crear nuestros propios mundos sonoros y nos abre la puerta para seguir jugando.